lunes, 29 de noviembre de 2010

III


Pequeña. Minúscula. Insignificante.
Esfuerzos, por otros sí. Por mí nunca.
Puedo entenderlo. Debo entenderlo. Pero acabaré teniendo que pedir perdón por sentirme triste y menospreciada.
Al menos una semana. Quizá más, sin vernos. No parece importarle.


No perdono a la muerte enamorada.
No perdono a la vida desatenta.
No perdono ni a la muerte ni a la nada.
Alimentando lluvias, caracolas,
y órganos mi dolor sin instrumento.
A las desalentadas amapolas
daré mi corazón por alimento.
Tanto dolor que se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.


domingo, 28 de noviembre de 2010

II


Estoy ansiosa desde primera hora. Por fin, el día que llevo esperando toda la semana.
Hago todo lo que tengo que hacer, sin dejar de lado lo que hay en mi cabeza, que sigue dando vueltas.
Me hace ilusión, la verdad.
No sé a qué hora será, por eso, cuanto más tiempo pasa, más siento que se acerca. Estoy un poco nerviosa.
La tarde va decayendo. Voy de un lado a otro, inquieta, sin saber qué hacer. El móvil, mudo.
El sol está cada vez más abajo. Nada.

Empiezo a hacerme a la idea. Tirada, otra vez. No quiero darme por vencida, no quiero pensar mal, pero cada vez se hace más tarde y no da señales de vida.
Tarde. Muy tarde. Tanto que me voy ya, y, definitivamente, me ha dejado tirada. Todo lo dicho...falso.
Otro día, otra decepción.
Más lágrimas para la colección.



sábado, 27 de noviembre de 2010

I


Respiro hondo antes de empezar, repasando mentalmente todo lo que quiero decir, poniendo atención para que no se me olvide nada. Él aguarda, quieto.
Empiezo. Le cuento todo lo que me preocupa, lo que me duele, lo que pienso, enlazando unas cosas con otras. Digo todo lo que prometí no decir, por lo que prometí no enfadarme. No me corto, y lo suelto todo sin vacilar, tranquila y pausada, sin elevar la voz. Él sólo escucha.
Explico todo lo que se me clava. Así sí puedo. Así puedo acabar una frase, aunque a veces me trabo si me entran ganas de llorar. Pero puedo hacer una pausa, y seguir cuando recupere las fuerzas.
Se lo digo todo. Todo. No me dejo nada en el tintero. Y por fin, paro, y esbozo una sonrisa, que sale mecánicamente, y no sé si es de tranquilidad o de tristeza. El doble filo de decir las cosas en alto, hace que yo también me dé cuenta de lo que hay.
Él no dice nada. Respira tranquilo. Se remueve, pero no despierta.
Hablo mientras él duerme.